lunes, 18 de junio de 2012
EDGARDO ANDREW
Edgardo Andrew era cordobés. Había nacido en la estancia El Durazno, próxima a Río Cuarto, el 28 de marzo de 1895. Con apenas 17 años, fue una de las víctimas que dejó el naufragio del Titanic.
Andrew subió al lujoso barco el 10 de abril de 1912, en el puerto de Southampton, para asistir a la boda de su hermano en Nueva York.
Llegó al Titanic luego de que se suspendiera la salida del Oceanic, para el que tenía boleto. Si quería llegar a tiempo para el casamiento, no tenía más opción que embarcarse en aquel gigante que haría su esperado viaje inaugural.
Su historia. Edgardo era hijo de inmigrantes ingleses. Su padre, Samuel Andrew, y su madre, Annie Robson, se habían establecido en Córdoba en la década de 1870. Tuvieron ocho hijos. Edgardo era el menor.
A sus 16 años, el joven fue enviado a Inglaterra para estudiar y conocer a sus familiares. Mientras estaba estudiando en Bournemouth recibió la carta de su hermano Alfredo invitándolo a la boda y un dinero para el viaje. Pero nunca llegó a destino. Su historia se cerró ese abril de 1912, en las aguas heladas del océano.
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Edgardo era más que una simple víctima adolescente del Titanic. A medida que uno indaga un poco más sobre la vida de ciertos pasajeros, comprende la magnitud de la crueldad inclemente y la pérdida irreparable de esta tragedia.Y pensándolo mientras escribo, me remite a las frases últimas de Lovet, en la última escena o final alternativo de la película...nunca entendí el Titanic, nunca lo sentí... Hay mucha ternura detrás de éste jovencito. Edgar era mucho más que una valija a la deriva rescatada por un brazo hidráulico, era más que una foto en blanco y negro de poca monta o en sepia. Era chistoso, simpático, alegre, cariñoso, bondadoso, desprendido, amoroso, familiar, pícaro, sociable, rebelde, caprichoso. Buen orador, inteligente, precoz y con dotes de gran escritor. Su muerte prematura y la incógnita eternamente abierta, de todo lo que hubiera llegado a ser y hacer si no hubiera muerto aquella fatídica noche.. es solo un epígrafe de entre tantos otros, como él.
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